marzo 12, 2012

MUSEO DEL ORO, BOGOTÁ


En el año de 1892 el presidente Carlos Holguín, ordenó el envío de 122 piezas que conformaban el tesoro Quimbaya, a una exposición conmemorativa del cuarto centenario de la conquista de América en la ciudad de Madrid. Una vez allá, decidió regalar las piezas a la reina María Cristina de Habsburgo, como símbolo de agradecimiento por su mediación en un conflicto limítrofe con Venezuela, finalmente ganado por Colombia. Desde entonces las piezas reposan en el Museo de América en Madrid. (Pablo Gamboa. El tesoro de los Quimbayas, 2002). Este es apenas uno de los casos que evidencian el saqueo del patrimonio arqueológico del país, en este caso por parte de sus mismos gobernantes. 


La historia de América ha estado signada por el saqueo de su cultura, sus recursos naturales y humanos, sus costumbres y evidentemente su patrimonio arqueológico. Tras la llegada de los españoles se llevó a cabo un proceso sistemático de apropiación de piezas de plata, oro y todo aquello que pareciera valioso para los conquistadores. Igualmente durante la colonia varias iniciativas procuraron desecar lagunas como las de Guatavita y Siecha con el fin de extraer ofrendas depositadas allí en ritos ancestrales. En alguna medida lo consiguieron. Pero lo que sí ha perdurado hasta nuestros días es el saqueo derivado de la guaquería, que podría ser también un síntoma de la falta, por un lado, de valoración de ese patrimonio, y por otro, de la falta de opciones para muchos campesinos dado lo que podría representar el hallazgo de una pieza para su economía familiar.


Así como el tesoro Quimbaya fue hallado por guaqueros, recuperado por el gobierno y luego perdido de nuevo, muchas piezas se encuentran en manos de diferentes coleccionistas privados y redes de tráfico ilegal. Y otras como el Poporo Quimbaya y la balsa muisca afortunadamente fueron recuperadas. El Poporo, recuperado en 1939 fue adquirido para la época por la suma de $3.000 a una mujer que lo conservaba; es esta la pieza que dio origen a la colección del Museo de Oro del Banco de la República, la cual cuenta con más de 35.000 piezas de orfebrería en oro, cobre, plata, bronce, y más de 12.000 de cerámica, lo que la hace la colección de arte precolombino más grande del mundo.


Las salas de Museo presentan un amplio recorrido por las culturas prehispánicas del territorio colombiano como los Sinués, Taironas, Calimas, Muiscas, Tumacos y Quimbayas, y su arte orfebre representado en joyas, utensilios de uso doméstico y de uso ceremonial, y artículos que reflejan la riqueza de su cosmogonía. Así mismo se destacan piezas confeccionadas en técnicas diversas como el repujado, la filigrana, y en particular la tumbaga que consistía en una aleación de oro y cobre en proporciones de 30% y 70% respectivamente. Algunas de las piezas de motivos más finos se obtenían gracias a la técnica de la cera perdida, basado en el uso de un molde de arcilla recubierto con una capa de cera, una nueva capa de arcilla, y el vaciado del metal caliente en el espacio que ocupaba la cera.


Aunque el Museo fue inaugurado en 1939, sólo comenzó a funcionar en su sede actual a partir del año 1969, tras la inauguración del edificio diseñado por la firma de arquitectos Esguerra, Sáenz, Urdaneta y Samper en el marco del Parque Santander, y actualmente es uno de los referentes internacionales del turismo y la cultura en Bogotá. Además de la riqueza que resguarda en su interior, (la colección fue declarada Monumento Nacional en 1975) muchas de las piezas que conforman el museo, forman parte del imaginario colectivo de los colombianos respecto a su pasado indígena; incluso quienes no han ingresado al recinto, asocian figuras como el Poporo o la Balsa Muisca con las culturas precolombinas de las que en parte desciende el pueblo colombiano, como una remembranza a la memoria de estas comunidades que vieron como las piezas que representaban su universo, sus costumbres y su sabiduría, fueron convertidas en simples lingotes.

Textos: Fundación Senderos y Memoria
Fotos: Santiago R. Leuro

marzo 08, 2012

QUEBRADA DE HUMAHUACA, ARGENTINA


Humahuaca
Foto: Santiago R. Leuro

Al pensar en el término "Patrimonio" generalmente se evocan construcciones, vestigios arqueológicos o tradiciones ancestrales. Sin embargo el concepto aborda una serie de interacciones entre lo material y lo inmaterial que no se ciñe exclusivamente a etapas históricas pasadas como la época precolombina o la colonia, sino también en un momento actual. Las relaciones se dan en un marco contextual que bien puede ser urbano o rural, y que en su conjunto conforma un paisaje, de manera que en relación a los valores patrimoniales se han establecido nuevas categorías que vinculan ese tipo de lazos entre lo tangible, lo intangible y el ambiente, como lo es el paisaje cultural. La UNESCO (1994) lo define como "una propiedad cultural que representa los trabajos combinados de la naturaleza y el hombre, que ilustra la evolución de la sociedad a través del tiempo, bajo las condiciones presentadas por un medio ambiente natural"


Calle de Humahuaca
Foto: Santiago R. Leuro

La Quebrada de Humahuaca, uno de los paisaje culturales más llamativos de Suramérica, se ubica al norte del actual territorio argentino en la provincia de Jujuy, y corresponde a una zona de transición entre las altiplanicies andinas, y las planicies bajas de la provincia de Salta. Justamente allí y de manera paralela al valle del Río Grande, transcurre el camino Inca principal, que enlazaba los confines del imperio, con las zonas más centrales del Tawantinsuyo. Tras la llegada de los españoles, la misma ruta de comercio enlazó la ciudad minera de Potosí, con las provincias del río de la Plata. Sin embargo, a pesar de la colonización y los procesos de evangelización, aún es evidente el origen andino de muchos de los pueblos de la quebrada.


Foto: Santiago R. Leuro

La Quebrada de Humahuaca corresponde al valle del Río Grande y los numerosos pueblos que se asientan allí: Abra Pampa, Animaná, Iruya, Huacalera, Humahuaca, Maimará, Tilcara, Volcán, Purmamarca, entre otros; una región seca, con pocas precipitaciones y un paisaje de diferentes tonos rojizos, verdes, amarillos y blancos, que se asemeja a una paleta de pintor, y donde predomina una flora típica de ambientes semiáridos como el cactus. El color de la tierra se extiende a sus pueblos, que lejos de tener construcciones monumentales, recoge una variedad de obras religiosas y civiles testigos del pasado colonial y republicano. La quebrada además fue escenario de diversas batallas entra tropas realistas y ejércitos patriotas que resistieron varias invasiones, y a los cuales se las brinda homenaje con un imponente monumento en el pueblo de Humahuaca.


Paisaje de Purmamarca
Foto: Michelle Fingeret

Sin embargo la importancia de la región en el marco histórico se remonta a la presencia de los Omaguacas, comunidades dedicadas principalmente a la agricultura y el pastoreo de camélidos andinos, quienes tras la expansión del imperio Inca, fueron subordinados al poder imperial. Los elementos indígenas aún se manifiestan en la fisionomía de los Quebradeños en general, la preservación de tradiciones ancestrales como el uso de la coca, y el uso de instrumentos autóctonos andinos como la zampoña, la anata y el bombo. La principal manifestación de la idiosincrasia indígena se hace mucho más evidente en dos elementos, tangible e intangible respectivamente. En primera instancia, en la presencia de sitios arqueológicos como el Pucará de Tilcara, fortaleza y puesto de vigilancia ubicado en un pequeño cerro que domina el valle hacia todos sus costados, y que hoy es uno de los principales atractivos turísticos de la Quebrada; por otra parte en el Carnaval de Humahuaca, tradición heredada de los españoles, pero readaptada al mundo aborigen con la vinculación de ritos y celebraciones de agradecimiento a la Pachamama.


Iruya
Foto: Michelle Fingeret

La música y la danza son los elementos más llamativos de la festividad, a la cual se movilizan multitudinarias caravanas de campesinos, indígenas y gauchos. Además del culto a la tierra y a los elementos naturales propio de los pueblos originarios, las celebraciones vinculan el culto religioso a la virgen de la Candelaria; Por otra parte en las carreteras y caminos de la Quebrada, así como en diferentes provincias de Argentina, es usual también encontrar pequeños altares al Gauchito Gil, figura de devoción popular a la que se le atribuyen numerosos milagros.


Pucará de Tilcara
Foto: Santiago R. Leuro

La quebrada ha sido revalorada como uno de los principales destinos turísticos del norte de Argentina, y al año recibe una importante afluencia de visitantes argentinos y extranjeros. Pero a pesar de esto y de los valores que condicionaron la declaración de Patrimonio de la Humanidad en el año 2003, y su riqueza en paisajes y cultura, la región se ha visto amenazada por lo que pareciera ser una nueva tendencia global en Latinoamérica: la minería a cielo abierto. Las provincias de Jujuy y Salta, al norte de Argentina son particularmente ricas en litio y uranio, y diversas empresas argentinas y multinacionales han emprendido diferentes iniciativas para la explotación; actividad que a pesar de ser presentada a las comunidades como "amigable con el ambiente" acarrearía numerosos efectos nocivos para la conservación del paisaje, del ambiente y las fuentes de agua de la Quebrada, y problemas sociales derivados de la actividad minera como el subempleo y la migración.

Textos: Fundación Senderos y Memoria
Fotos: Michelle Fingeret - Santiago Rincón Leuro