Las iglesias, capillas y ermitas fueron los nuevos espacios de culto que la evangelización impuso a los nativos del continente americano. Los Muiscas, que en muchas ocasiones fueron reducidos a pueblos de indios o poblados doctrineros, antes de la llegada de los conquistadores rendían tributo a sus deidades en espacios naturales. Posiblemente los más importantes fueron las lagunas de páramo. El altiplano Cundiboyacense está enmarcado por cadenas de páramos que se levantan por encima de los 3.000 metros, como los de Guerrero, Guatavita, Gacheneque, el Tablazo, Iguaque y Chingaza. En sus alturas se resguardan numerosas lagunas, huellas de antiquísimas glaciaciones, pero sobre todo, templos ancestrales y santuarios de paisajes casi únicos en el planeta.
En el páramo de Siecha se encuentran frailejones de más de 5 metros de altura
El páramo de Chingaza, ubicado al oriente de Bogotá, en los municipios de Guasca, La Calera, Choachí y Fómeque resguarda algunas de esas lagunas que fueron unos de los principales centros de adoración para la comunidad Muisca, y donde se desarrollaba la ceremonia conocida como "Correr la tierra", ardua travesía entre las lagunas sagradas, descrita por Juan Rodríguez Freyle en El Carnero. En estos días no deja de ser impresionante la hazaña que constituían quienes en una carrera de muchos kilómetros y días en medio de las montañas y los páramos de la cordillera oriental, buscaban dejar sus ofrendas en los cuerpos de agua para conseguir el favor de los dioses. Aunque la visión dada por Freyle tiene el sesgo tradicional de la historia contada por los conquistadores, cronistas y religiosos españoles, se puede leer según su relato que la ceremonia era un evento multitudinario, una fiesta colectiva en torno a la comunión entre hombre y naturaleza en honor a las deidades creadoras del universo Muisca.
El oro que para los Muiscas era una porción del sol, máxima deidad, representada en un elemento natural, fue para los conquistadores el motor de empresas inimaginables por los ancestros. Algunas descripciones recogidas por Liborio Zerda en su obra El Dorado, muestran que la ceremonia muy posiblemente tuvo lugar en la Laguna de Siecha y no en Guatavita. Y tal fue el reconocimiento de las dos lagunas como centros de culto, que desde la colonia en adelante se emprendieron numerosas iniciativas para desecarlas y extraer las presuntas riquezas de sus fondos. En el caso de Siecha, el primer intento fue llevado a cabo por Pedro y Miguel Tovar, el general Francisco de Paula Santander y Miguel Pey, sin resultado alguno. Las empresas más sonadas sin embargo fue las emprendidas en 1856 por Bernardino y Joaquín Tovar en sociedad con Guillermo París y Rafael Chacón, quienes al lograr un descenso de tres metros en el nivel del agua, hallaron entre otras, una balsa de oro; y posteriormente en 1870 por Enrique Urdaneta y George Crowther quienes murieron al asfixiarse en el túnel cavado para desaguarla faltando apenas tres metros para terminar el socavón. (Zerda, 1947). La mencionada balsa lastimosamente desapareció en el incendio y naufragio de la embarcación que la llevaba hacia un museo europeo, sumándose a la enorme lista del patrimonio arqueológico colombiano, saqueado y usurpado por otros países.
El embalse de Tominé desde los páramos de Siecha
Capilla de Siecha, construcción del siglo XVII declarada Monumento Nacional
El ascenso a las lagunas comienza en el municipio de Guasca donde se recomienda abordar el colectivo a la vereda Pasohondo; allí, un aviso de parques naturales marca el ingreso. A partir de este punto hacen falta un par de horas caminando por un carretero veredal, para llegar a la cabaña. Es fundamental haber hecho la reserva en la oficina de parques naturales (Cr. 10 No. 20-30, Bogotá) o en su defecto llegar antes de las 10 AM, puesto que el cupo de ingreso es de 40 personas al día.
Luego, ya en medio del ambiente del páramo, con la niebla, los frailejones y una ruta que a menudo cruza cojines de agua y pantanos, se llega a la más pequeña de las lagunas conocida como América (Guaiaquiti en lengua Chibcha). En adelante es posible continuar hasta la laguna intermedia llamada Fausta o Tivatiquica, y remontar una pequeña cuesta para llegar a Siecha, ubicada a mayor altura, y desde donde se puede emprender el ascenso a las peñas que la resguardan y así poder tener una panorámica general del sector, e incluso del valle del Río Teusaca, los embalses de Tominé y San Rafael, y el cerro de Pionono en Sopo, que desde los 3.600 metros de altura aparece apenas como una pequeña colina.
En general el parque Nacional Natural Chingaza, con sus extensas áreas de páramo, y la diversidad de fauna y flora que la caracteriza, es sin parte fundamental del patrimonio natural del departamento y la ciudad de Bogotá, pues allí, a más de 3.000 metros de altura, nace el agua que consume la mayoría de bogotanos, y municipios de las provincias del Guavio y Oriente. Más allá de los valores históricos que se manifiestan en el área de las lagunas, son sus condiciones ambientales las que más se resaltan. Es bien sabido que los páramos andinos son un ecosistema único, y en el caso de Siecha, encontrarse a tan poca distancia de la ciudad de Bogotá hace de este sector del parque natural un destino imperdible para todo caminante o naturalista. Más aún cuando se puede percibir en el camino de ascenso que la frontera agrícola ha ganado altura y antiguas zonas de páramo han sido sustituidas por especies exóticas como el pino, o han dado lugar a cultivos de papa. Esta situación demuestra que a pesar del régimen de protección de las áreas del sistema de parques naturales, una buena parte de la zona de amortiguación de páramos y bosques permanece bajo una constante amenaza que se agudiza cuando existen limitadas posibilidades de acceso a la tierra para la población rural, lo que termina traduciéndose en un conflicto entre la conservación y la subsistencia de los campesinos.
TEXTO: FUNDACIÓN SENDEROS Y MEMORIA
FOTOS: Fundación Senderos y Memoria - Santiago Rincón Leuro